
Cuando una trata de ejercer la profesión que escogió, o mal escogió, le pasan cosas curiosas. Como hoy. Fui a una institución estatal a pedir una información. Me atendieron muy amable y diligentemente. Yo iba bien preparada, con mi solicitud por escrito, y hasta los artículos de la ley que me amparaban bien detalladitos. El señor recibió mi carta, y fue a algún lugar a traerme el expediente que yo necesitaba. A los casi diez minutos volvió y me preguntó: "Disculpe señorita usted es la abogada?". No señor, no lo soy. Ah bueno, ya vuelvo. Al rato vuelve, insiste, entonces señorita, usted, representa a la empresa? No, señor, tampoco soy representante de la empresa. Ah bueno. Se va. Vuelve. Dígame, es usted dueña de la empresa. No señor, no estaría aquí si lo fuera, créame. No hay problema. Se va. Viene. Mire señorita pero explíqueme bien, usted no es abogada, no es representante de la empresa, no es la dueña? No señor, yo no soy NADA. La cara de alivio de ese señor no se borra de mi mente, claro ahora todo cobraba sentido, yo no era nada, así todo es más fácil. No le puedo dar la información, déjeme firmarle el recibido.
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